04 mayo, 2007

ELVIRA O LA DUDA INQUEBRANTABLE

1

Yo sospechaba que Pedro y Pablo, los dos gemelos que estudiaron conmigo en el colegio, sentían una freudiana nostalgia por el claustro materno. Siempre andaban juntos, uno al lado del otro, inseparablemente unidos, instalados en una afinidad inquebrantable que iba más allá de los lazos meramente familiares. Como suele decirse, eran uña y carne. Y Sus dos cabezas, sus cuatro brazos y cuatro piernas y sus dos troncos constituían un auténtico ser compartido, una realidad bifronte, dotada de doble esencia y en cierto modo perfecta en su genuina dualidad. Nunca reñían y siempre lo compartían todo.

Hay gemelos que son como el sol y la luna, como el lado oscuro y el lado luminoso de la fuerza, como el mar espumoso y la inquebrantable roca. Pero éstos no. Estoy seguro de que si no hubiesen sido gemelos, habrían sido la misma persona. Incluso sacaban notas muy similares, y eso que en clase la tutora del curso los habían separado y los habían colocado en bancas distintas, para que no copiasen.

Escogieron el mismo bachillerato de ciencias y luego, a la hora de elegir una carrera universitaria, ambos se decidieron por la misma: ingeniería de telecomunicaciones. Actuaban como un equipo, incluso como un solo hombre. Y no es que Pedro convenciera a Pablo o Pablo convenciera a Pedro; se trataba más bien de una sincronía de intereses que se manifestaba en el momento oportuno y que les hacía coincidir en todas las cosas.


2

Alcanzaron la edad de veinte años y sus amigos y conocidos nos preguntábamos que les pasaría a los gemelos cuando se enamorasen. ¿Andarían detrás de la misma mujer? ¿Se dejarían seducir por mujeres distintas y acabarían separándose el uno del otro? ¿Permanecerían solteros para seguir unidos? No lo sabíamos, pero cuando ellos no estaban presentes, hablábamos del tema y en un momento de acalorada discusión alguno de nosotros llegó a apostarse una cena. Y una cena, en aquellos tiempos juveniles, indicaba que el tema había despertado pasiones.
Estábamos inmersos en estas cuestiones, cuando vimos que a la salida del baile Elvira hablaba animadamente con Pedro y Pablo. Aquello era el principio de una auténtica crisis. Y es que Elvira, precisamente Elvira, es la chica más dubitativa de la galaxia. Nunca sabe si salir o quedarse en casa; si ponerse el vestido verde o el rojo; si ir de compras por la mañana o por la tarde.

––Oye, Elvira, ¿con cuál de los dos te quedas? ––le pregunté. Entonces vi que su rostro adquirió una expresión de absoluto e insufrible horror y, un momento más tarde, sus ojos oscilaban posándose alternativamente en cada uno de los gemelos.


3

––Es inhumano. Es injusto. No podéis hacerme esto ––suplicó Elvira.

Estaban en la terraza de un bar disfrutando de una hermosa tarde del mes de mayo como un trío bien avenido. Era poco antes de que empezaran los exámenes finales. Nosotros les mirábamos desde lejos sin que ellos se diesen cuenta.

––Pero Elvira, debes comprender... ––imploró Pedro.

––Debes comprender, Elvira ––corroboró Pablo.

––Nosotros queremos que tú elijas a uno de los dos... ––alternó Pedro.

––Claro. Eso es lo que hacen todas las chicas... ––sentenció Pablo.

––Pero cómo queréis que elija a uno ––respondió la chica–– si siempre estáis juntos.

––¿Qué estás insinuando? ––dijo Pedro.

––Claro que estamos juntos ––dijo Pablo.

––Somos inseparables ––volvió a decir Pedro.

––Estamos juntos desde antes de nacer ––volvió a decir Pablo.

––Además ––siguió diciendo la chica––, ni siquiera estoy segura de con quien hablo. Porque vosotros dos no habláis como personas diferentes. Siempre actuáis coordinadamente. Quedar con vosotros es como jugar una partida de tenis: yo sola y vosotros en pareja.

––Hombre, tampoco es eso ––respondió Pedro.

––Tampoco es eso, hombre ––respondió Pablo.


4

La verdad es que Elvira, además de indecisa, siempre ha sido bastante despistada. Un día se dejó olvidado su diario en su pupitre. Debo decir que por aquel entonces yo todavía no había repetido curso y por esa razón Elvira y yo aún estábamos en la misma clase de filología inglesa. Y debo añadir que yo, con el asunto de los gemelos siendo la comidilla de todos mis amigos, vigilaba a Elvira en todo momento. Así que cuando ella se levantó yo me llevé su diario para echarle una ojeada. La verdad es que la pobre Elvira lo estaba pasando muy mal a causa de su affaire con Pedro y Pablo. Creo recordar que en su diario llegó a escribir cosas como ésta:

«¿Cómo distinguir entre dos gotas de cristalina agua?»

«Primera regla del amor: nunca salgas con gemelos»

«Echarlo a suertes... ¿por qué no?»

«Rómulo y Remo, Castor y Pólux, Zipi y Zape, Hernández y Fernández, Pin y Pon, las tres mellizas, Fred y George Weasley... OS ODIO A TODOS»

Otros pasajes del diario eran más íntimos y conmovedores, así que buceé en ellos para ver si de algunas expresiones podría inferirse la preferencia de Elvira por uno de los hermanos. Pero Elvira, hasta donde yo sé, es una dubitativa inquebrantable, y en aquellas páginas no existía ni la más liviana sombra de predilección.

Así las cosas, fui a ver a los gemelos, para ver si al menos alguno de los dos había cambiado de opinión; pero ambos me respondieron casi al unísono:

––Yo quiero a Elvira.

––Y yo también.

A mí la situación de Elvira me recordaba a la del asno de Buridán que, como es sabido, se encontró absurdamente entre dos montones de heno exactamente iguales y, ––oh, paradoja–– por no acertar a decidirse, terminó muriéndose de inanición. ¿Acabaría pasándole lo mismo a Elvira?


5

Aprovechando que sus padres habían ido de viaje, los gemelos invitaron a todo el mundo a un guateque en el patio de su casa. Yo me encontraba muy angustiado, porque había bebido demasiada coca-cola y sentía urgente necesidad de ir al servicio. Pero las palabras de Elvira me dejaron hincado en el sitio

––Vale, me he decidido. Me quedo con Pablo.

Todos estábamos pendientes de sus palabras. Lo cierto es que algo debió de hacer clic en el cerebro de Elvira porque lo dijo allí, delante de todo el mundo, y con una seguridad que en ella resultaba muy novedosa. Alguien le preguntó:

––Pero si los dos son iguales. ¿Por qué precisamente Pablo?

––Porque para amar es preciso madurar ––sentenció Elvira––. Y para madurar es preciso elegir. Si queréis, llamadlo intuición femenina, pero estoy segura de que Pablo es mi hombre.

Los dos gemelos respiraron aliviados.

––Nos has dado una gran alegría ––dijo Pedro.

––A los dos, pero sobre todo a mí ––dijo Pablo, que se acercó a coger a Elvira de la mano.

Yo pregunté:

––Pues no lo entiendo. Y tú, Pedro, ¿no te sientes triste?

––No. En realidad el único que andaba detrás de Elvira era Pablo.

––¿Cómo? ––preguntó Elvira.

––Bueno, nosotros sabíamos que tú eras una chica indecisa....

––...Entonces decidimos someterte a una pequeña prueba.

––Así que fingimos que los dos íbamos detrás tuya...

––... Pero en realidad sólo uno era tu pretendiente.

––Bien está lo que bien acaba ––dijo Elvira, besando en la mejilla a Pablo.

––Muy bien, chicos ––exclamé––. Ahora que ya sabemos que nos habéis engañado a todos, sólo me queda preguntar una cosa: ¿podéis decirme dónde está el servicio?

FIN

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