07 noviembre, 2006

El alfarero.
El alfarero trabaja pacientemente. Hace vasijas para usos nobles, y vasijas para usos viles. Ambas son necesarias. Ambas son útiles. Cada una tiene su propio diseño y su función propia. Pero en su rincón de trabajo, el alfarero sueña. Sueña con modelar su propia alma como se modela una vasija: con paciencia, con cariño, con dedicación. No es trabajo de un día. Es trabajo de toda una vida. Pero vale la pena modelar el alma propia, como se modela el barro que se mezcla con arcilla, como se modela la mañana cuando la luz se abre paso en el horizonte. Hacer de ella, del alma poseída, una vasija hermosa y lozana, que despierte admiración, nunca envidia. Porque es fatuo envidiar al barro, que nada es; ni tampoco a la arcilla, que se sabe nada sin el barro. Ese es el trabajo del alfarero: modelar su alma de hombre mientras sus manos de hombre acarician el rubor de la materia; desterrar de la imaginación sueños de inútiles viajes; trabajar en silencio, haciéndose eco del diligente discurrir de las hormigas y amando sólo aquello que cabe en el rincón propio.

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