22 noviembre, 2006
El viernes por la tarde, Cuca, una niña de cinco años, dibujó un hermoso nido de gorriones. A la maestra le gustó mucho; papá le premió con un gran beso; y mamá, muy contenta, colocó el dibujo en lo más alto del frigorífico.
Pasó una noche; llegó la mañana.
En el desayuno, reunida toda la familia, apareció -¡qué horror!- el dibujo de Cuca con una gran mancha negra de colacao.
Papá, mamá y Cuca miraron a Pedro, el hijo primogénito, un adolescente desmañado y tele-adicto, que solía ser el último en llegar a casa los viernes por la noche y que, con nocturnidad y alevosía, se dedicaba a expoliar concienzudamente el frigorífico, zamparse todo lo que cabía en su profundísimo estómago (que era mucho) y dejar la tele encendida y la mesa de la cocina sin recoger.
Pedro, al parecer, a pesar de sus ojeras, se había levantado ocurrente aquella mañana, porque mientras los miembros del tribunal familiar clavaban en él sus acusadoras miradas, el joven exclamó en su defensa:
-Papá, mamá: no he sido yo. Alguien voló sobre el nido de Cuca.
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