17 enero, 2007

Aproximación a la literatura escatológica (II).

Vis cómica en la Antigüedad δ2.

Sin embargo lo más usual es que la escatología se asocie con el humor. El ejemplo cómico y popular característico de la Antigüedad se muestra en el fragmento que he seleccionado de LAS NUBES, de Aristófanes, padre de la comedia griega, donde un Sócrates tabernario y algo bufonesco, dedicado exclusivamente a la sofística, convence al ingenuo e influenciable Estrepsiades de que lo que sucede en el cielo es semejante a lo que sucede en su vientre. En este episodio se pone de manifiesto cuál es la razón de que se asocie la ventosidad con el trueno, y es que en griego ambos términos se pronunciaban de forma semejante.

Debe comprenderse, además, que Aristófanes echa mano de los recursos más burdos para despertar la risa del populacho. En otras obras, llevado de su irónico desprecio a los dioses griegos, no duda en hacer que Dionisos, por ejemplo, se enfrente a un coro de ranas a base de sonoras ventosidades. El hecho de que al pueblo no le molestase ver cómo en las obras teatrales de Aristófanes sus dioses sufrieran los más humanos procesos fisiológicos demuestra hasta que punto el panteón de los dioses olímpicos no era más que una mítica apariencia que investía de formas legendarias a una profunda crisis y desorientación espirituales, las cuales sólo remitirían con el advenimiento del cristianismo.

SÓCRATES.--¿Quién es Júpiter?, tú te burlas. Júpiter no existe.

ESTREPSIADES.-¿Qué estás diciendo? ¿pues quién hace llover?.

SÓCRATES.-Las nubes; y voy a demostrarlo.¿Has visto alguna vez que Júpiter haga llover sin nubes? Si fuese él, sería necesario que lloviese estando el cielo sereno y después de haberlas disipado.

ESTREPSIADES.-Perfectamente; por Apolo, tu argumento me ha convencido. Yo creía antes, como cosa cierta, que Júpiter para hacer llover orinaba en una criba. Pero dime: ¿quién produce el trueno? Esto me hace temblar.

SÓCRATES.-Las nubes truenan cuando se revuelven sobre sí mismas.

ESTREPSIADES-¿De qué manera, hombre audaz?

SÓCRATES. Cuando están muy llenas de agua y se ponen en movimiento arrastradas por su propio peso, al caer se entrechocan y rompen con estrépito.

[···]

ESTREPSIADES.-... Pero nada me has enseñado todavía del fragor de los truenos.

[...)

SÓCRATES.- Observando lo que a ti mismo te sucede, como voy a demostrarte. Cuando en la mesa cenas tanto que se te desarregla el vientre, ¿no has notado que éste produce de repente algunos ruidos?

ESTREPSIADES.- Sí, es cierto; y en seguida me atormenta, y se revuelve, ruge como el trueno, y después estalla con estrépito. Primero hace, con ruido apenas perceptible, pax; luego papax, en seguida papappax,y cuando hago mis necesidades es un verdadero trueno: pappappas, lo mismo que las nubes.

SÓCRATES.-Considera al gran ruido que haces con tu pequeño vientre; ¿será, pues, inverosímil el que el aire inmenso truene con estrepitoso fragor? Por eso las palabras trueno y ventosidad son semejantes.

En Roma es Petronio, en su SATIRICÓN, cómo no, uno de los autores clásicos que con más acierto mezcla un cierto refinamiento expresivo, cargado de sutilezas, con episodios burlescos que pretenden arrancar la risa o, al menos, la sonrisa del lector. No deja de ser curioso cómo, siguiendo la tradición griega que veía similitud entre la ventosidad estomacal y el trueno, se mencione al mismo Júpiter, el terrible dios que se hacía acompañar del rayo destructor que aterrorizaba al hombre antiguo, junto con la irónica descripción de los procesos fisiológicos de Trimalción, un acaudalado anciano.

La vuelta de Trimalción interrumpió aquellos diálogos. Limpióse las esencias que le caían de la frente, se lavó las manos y dijo enseguida:

-Dispensadme, amigos. Tiempo hace que tengo el vientre desarreglado, y lo médicos no me alivian, aunque no me ha sentado mal una infusión de corteza de granada y abeto en vinagre. Me parece que se calma la tormenta que tenía yo dentro, si no, soltaría mi estómago ruidos semejantes a los mugidos de un toro. Por su puesto, que si alguno de vosotros necesita desahogos por el estilo no debe contenerse. No hay tormento mayor que el de aguantarse en casos parecidos. No podría yo hacerlo ni aunque el mismo Júpiter me lo ordenara. ¿Te ríes, Fortunata? Pues tú bien me impides dormir con tus estrepitosas detonaciones. Nunca he exigido a mis convidados que se abstuvieran de desahogarse en la mesa. Los médicos prohíben el contenerse, y si alguno de vosotros siente otra más urgente necesidad, allá fuera encontrará todo lo apropiado. Creedme, cuando el flato del estómago se sube al cerebro, todo el cuerpo lo padece. Yo sé de quien se ha muerto por ser demasiado escrupuloso.

Siento entrar en terrenos prohibidos por la pudicia ilustrada, pero debo comentar que la advertencia de Trimalción a sus huéspedes, diciéndoles que pueden desahogarse en su mesa según dicte su necesidad, es un consejo que no se ajusta a la gravedad con la que debía investirse un anciano patricio romano, pero no por ello debe considerarse enteramente inverosimil, sobre todo en la ancianidad, que es el momento en el que las costumbres menos educadas suelen exteriorizarse con menor inhibición. Aristóteles consideraba que la vergüenza es la nota distintiva de la juventud, la cual se pierde en la edad madura y debe sustituirse por la sabiduría de la prudencia que, en su calidad de virtud, es más profunda y menos espontánea que el simple sonrojo que cubre las mejillas de una joven cazada en alguna inconveniencia. En todo caso, si el episodio, aún con los habituales sesgos cómicos, hubiese sido enteramente inverosímil, no lo hubiésemos encontrado en el Satiricón, obra que, además de culta, posee un cierto espíritu realista.

Una de las claves nos la proporciona el hecho de que Trimalción, en realidad, no pertenece a la vieja casta romana; a los ojos de Petronio, este personaje no es más que un advenedizo, un nuevo, ostentoso y enriquecido liberto, cualidades todas que hacen de él el blanco ideal de un episodio satírico. Para el lector del SATIRICÓN el anciano Trimalción se hallaba investido de una cierta vis cómica, pero también puede adivinarse fácilmente que quizá la mayor parte de los romanos cultos conocían algún que otro Trimalción que, antiguo patricio o no, amparado en el dinero y en el respeto que el romano sentía por la ancianidad, convidaba a sus próximos, por lo general menos ancianos y menos ricos que él, a un suculento banquete a condición de que aceptasen sin reservas las costumbres que imperaban en su mesa. A fortiori hago notar que apenas cabe mayor nota de realismo que la que se extrae de un anciano hablando de sus achaques, aunque estos sean inconvenientes.

La conclusión más lógica es pensar que si Petronio, tan distinto en tantas cosas a Aristófanes, incluye este tema en su obra es porque la nobleza romana hablaba, discutía y polemizaba acerca de este tipo de comportamientos. Este hecho nos resultará más verosímil si consideramos, por ejemplo, que el hombre de la Antigüedad, sobre todo el que pertenecía a las clases más altas de la sociedad, no se caracterizaba precisamente por seguir una dieta sana y moderada; antes bien, la gastronomía era ocasión de todo tipo de excesos alimenticios en el romano adinerado, el cual se sentía satisfecho de poder celebrar grandes banquetes, acontecimiento que constituía un verdadero signo de opulencia capaz de despertar la admiración de ajenos y vecinos, quizá el mismo tipo de inquieta admiración que hoy día experimentamos cuando conocemos que alguien ha adquirido un buen piso y ha comprado un estupendo coche. La conversación en sociedad en torno a estos temas, al contrario de lo que pueda parecernos, se desarrollaba con gran pasión y visceralidad, de forma semejante a cómo en la cultura contemporánea se discute si -y cuando- es lícito fumar. Es decir, a pesar de su inicial vertiente grotesca, bien atestiguada por la comedia, la polémica adquirió las proporciones de un verdadero problema de salud pública. Prueba de ello es que el emperador Claudio, a raíz de un episodio cortesano, proclamó la libertad de emitir gases. El hecho de que esta materia fuera objeto de pública regulación demuestra hasta que punto y en qué términos se hablaba y discutía de estos temas.

Trimalción, consciente de todo este enfrentamiento, proclama solemnemente a sus huéspedes: “Los médicos prohíben el contenerse”. Contra todo pronóstico, es ésta una opinión seria, aunque puesta en la boca de un personaje ridículo, pues debió ser este mismo argumento el que se impuso socialmente cuando Claudio declaró la potestad de la libertad individual en esta controvertida materia. Aún se mantiene vigorosa esta “acreditada” opinión médica en la escuela de Salerno, cuando en sus célebres reglas sanitarias, compuestas en hexámetros y dedicadas al rey de Inglaterra, prescribe, fundándose exclusivamente en razones de salud, no contener las emanaciones, lo cual lleva a efecto con esta curiosa sentencia:

Quator ex vento veniunt in ventre retento: Spasmus, hydrops, colica et vertigo, hoc res probat ipsa.

(Cuatro son los achaques que proceden de retener el aire en el vientre: espasmo, hidropesía, cólico y vértigo, como es evidente).

Hasta qué punto esta opinión fue aceptada por la ciencia médica antigua lo demuestra también el hecho de que el selectivo espíritu de Erasmo, siglos después de la polémica claudiana, no condenase ciertas licencias gástricas, pero recomendase disimularlas con un golpe de tos. Este nuevo síntoma, la tos educada y oportuna, constituye el primer viraje hacia un cambio absoluto de opinión que se consolidó socialmente en la época de la Ilustración.

Tampoco faltaron en la Antigüedad espíritus y ambientes esmerados y escrupulosos en los que estaba mal visto este tipo de licencias. Destacan entre ellos los profesionales de la enseñanza y, más concretamente, los filósofos. Se dice que en la antigua Grecia aquellos que dejaban escapar una ventosidad eran expulsados de la academia; por tal razón se prohibía comer judías, tradición esa de las judías que ha llegado intacta hasta el día de hoy. Se cuenta también que a Metrocles, estando un día en una lección, se le escapó una ventosidad involuntariamente, y tanto fue el rubor y pena, que se cerró en su cuarto con la intención de dejarse morir de hambre.


Comentarios:
Gracias, gracias... Me lo pensaré.
 
muy bueno, muy bueno...ni sse te ocurra, ja,ja,ja, vaya comentarios que recibes...
Muy erudita tu disertación sobre los gases nobles
 
Hola, Mariam. Ya ves: con cierta erudición, se puede hablar de todo en esta vida. Un beso.
 
Bueno, hablando de truenos, no sé si conoces la anécdota de Sócrates: estaba en su casa con sus alumnos, y su esposa, que tenía un genio endiablado, les acabó echando de casa a voces y gritos. Los alumnos asustados. La gente se preguntaba por qué Sócrates no dejaba a su esposa.

Total, que sigue con la lección en la calle, al lado de la puerta de su casa, y de repente la esposa se asoma a la ventana y le echa un cubo de agua. Sócrates les comenta a los alumnos: "¿Por qué os asombráis? ¿No sabéis que después del trueno, viene la lluvia?"

En fin Mariano, pues eso, ¡papappax!
 
Por cierto, échale un ojo a esta noticia:
http://www.elconfidencialdigital.com/Articulo.aspx?IdObjeto=10385

Una revista nueva
 
Rictus, no conocía la anécdota de Sócrates, que es muy buena. Por cierto, no he podido entrar en el artículo que me has puesto en el link.
 
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