16 enero, 2007

Aproximación a la literatura escatológica (I).

Desde que el siglo XVIII, con su puritanismo ilustrado y terrenal, relegó al cajón de sastre del "mal gusto", todo aquello que hace referencia a ciertos procesos orgánicos, no por obviados menos presentes, se descuida sistemáticamente esta faceta, que lo es, de la literatura humorística y, como demostraré inmediatamente, también de la literatura seria. Por esa razón, desde que leí el artículo de Rictus "Una broma de mal gusto... y peor olor ", he estado urgando en la búsqueda de fuentes clásicas donde se ponga de manifiesto contenidos escatológicos de diverso género.



Lo escatológico en los textos sagrados (δ1).

El ejemplo más consagrado de escatología no humorística se encuentra precisamente en el evangelio de San Marcos, en uno de los pasajes más hermosos de toda la literatura religiosa occidental.

Jesús fue, entre otras muchas cosas, un gran realista, tal y como se pone de manifiesto en sus parábolas y en sus enseñanzas. A vuelo de pluma, me contentaré con señalar un tema de gran relevancia: al contrario de lo que muchos piensan, el cristianismo no se construye sobre un espiritualismo descarnado, enemigo de todo lo sensitivo, sino que parte de una profunda valoración del significado esencial de la corporalidad para la vida del hombre. El hombre es esencialmente corporalidad, pero de eso no se infiere que el hombre sea exclusivamente corporalidad. Por ese motivo la realidad del cuerpo, que no es un lastre para la espiritualidad, debe integrarse, sin degradación ninguna, y también sin falsos eufemismos, en el plan de salvación y en las exigentes prácticas que conlleva una profunda vida de piedad.

Al ver que la gente seguía apegada a las viejas tradiciones de los fariseos -el mismo Pedro, después de la muerte de Cristo, continuaría, durante los primeros años de cristianismo, considerando impuros algunos alimentos-, Jesús les hablará con una claridad que debió sorprender a sus oyentes. Como buen pedagogo, el Maestro de Nazaret sabía que cuanto más original, cuánto más percusiva, cuánto más gráfica es una imagen, mayor es su impacto en la memoria. En el caso que nos ocupa, y como veremos a continuación, el mensaje apela al realismo más tosco y evidente, un realismo que, paradójicamente, es la forma más adecuada de poner en evidencia las quiebras del materialismo que subyace en muchas de las prácticas farisaicas.

El episodio al que me refiero es el siguiente:

Llamó Jesús otra vez a la gente y les dijo: «Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Quien tenga oídos para oír, que oiga.»

Y cuando, apartándose de la gente, entró en casa, sus discípulos le preguntaban sobre la parábola.

Él les dijo: «¿Conque también vosotros estáis sin inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que de fuera entra en el hombre no puede contaminarle, pues no entra en su corazón, sino en el vientre y va a parar al excusado?» - así declaraba puros todos los alimentos -.

Y decía: «Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre.»

El contenido de esta predicación tiene una gran importancia desde el punto de vista de la mentalidad de la época. La inserción de lo espiritual en lo corporal siempre ha sido problemática para la práctica ascética individual, pero la explicación de Jesús resuelve este supuesto problema con una gran sencillez, no exenta de elegancia, y con un gran realismo que apela al sentido común de las gentes. Quienes siguiesen sus enseñanzas, estarían a salvo tanto del maniqueísmo, que consideraba la materia como intrínsecamente mala, como del materialismo, que tendía a reducir lo espiritual a lo corporal. Como botón de muestra, piénsese que en algunos de los textos religiosos de los esenios todavía se recomendaba una lavativa para expulsar las sustancias impuras y hediondas de Satanás. Los discípulos de Jesús deberían guardarse de estas falsas supersticiones que, mezclando la higiene con la doctrina sagrada, desfiguran la vida espiritual.

Quizá la literatura religiosa esenia sienta en parte la influencia de Oriente. El mundo hindú, por ejemplo, hace referencia a la ventosidad en el Tantra Hevajra comentando “...como la flatulencia se cura comiendo judías, de modo que el viento pueda expeler el viento... así el pecado puede purgar el pecado”. Lo importante de este texto es que establece una analogía estructural entre el orden del espíritu y el orden de lo material y fisiológico. Una analogía que, dicho sea de paso, ha sido siempre censurada por el cristianismo, el cual siempre ha considerado que sólo el arrepentimiento y la humildad pueden “purgar” los efectos nocivos del pecado. Para Jesús y sus discípulos el espíritu se inserta en lo material pero conservando sus leyes específicas y, sobre todo, su precedencia y su irreductibilidad con respecto a lo corporal o fisiológico.


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