29 junio, 2007
LAS CIUDADES EN OTOÑO
Ahora sé
Que estas calles han vertido su fingido silencio
En la memoria,
Y que el otoño es siempre un otoño recordado,
Una mirada atónita que envejece sin prisa.
Sobre las viejas aceras pobladas de gente
Retornábamos despacio, sin constancia,
En medio de ese azar tan nuestro,
Desganado y triste,
Tan marchito de luz,
Semejante a un árbol.
Era hermoso recurrir,
Como cada tarde,
A esas citas rutinarias
Con jardines y paseos,
Con niños que fingían ser centauros
Y encumbrados en el sillín de una bicicleta
Nos seguían con sus risas.
Agradable
Detenerse junto a la orilla del estanque
En perfecta sincronía con las sombras
Y contemplar a los ánades debatiéndose
Junto al rumor transparente de las aguas.
En el atardecer de los parques se adivinaban
Los primeros eslabones del invierno,
Su pulso paciente y senil
Palpando las hayas y los matojos.
Y luego el cielo mismo enmudeciendo
Al ritmo de pájaros que se camuflan
En la copa fatigada de los árboles.
Durante muchos silencios,
Durante muchos proyectos incumplidos
Que se deshicieron, uno tras otro,
Como hojas caducas de oro viejo,
La constancia era un cierto cogerse de la mano
Y caminar sin prisas por las calles,
Siempre las mismas,
Siempre distintas en el recuerdo,
Y mirar escaparates
Y reírte tú cuando de pronto
Aquel pirata con la pata de palo
Subido en una caja se movía
Al oír el ruido de una moneda.
Después abríamos un libro y permutábamos
Los sueños incompletos de nuestras vidas
Por un juego de espejos y conceptos,
Ficciones, ensayos y versos libres
Inundados de rumores colectivos
Entre las estanterías de la biblioteca.
Ahora sé
Que aquella ciudad sólo es una memoria deshabitada
Y que la soledad puebla con sus silencios
Las horas nuestras que nunca han sido.
Ahora sé
Que estas calles han vertido su fingido silencio
En la memoria,
Y que el otoño es siempre un otoño recordado,
Una mirada atónita que envejece sin prisa.
Sobre las viejas aceras pobladas de gente
Retornábamos despacio, sin constancia,
En medio de ese azar tan nuestro,
Desganado y triste,
Tan marchito de luz,
Semejante a un árbol.
Era hermoso recurrir,
Como cada tarde,
A esas citas rutinarias
Con jardines y paseos,
Con niños que fingían ser centauros
Y encumbrados en el sillín de una bicicleta
Nos seguían con sus risas.
Agradable
Detenerse junto a la orilla del estanque
En perfecta sincronía con las sombras
Y contemplar a los ánades debatiéndose
Junto al rumor transparente de las aguas.
En el atardecer de los parques se adivinaban
Los primeros eslabones del invierno,
Su pulso paciente y senil
Palpando las hayas y los matojos.
Y luego el cielo mismo enmudeciendo
Al ritmo de pájaros que se camuflan
En la copa fatigada de los árboles.
Durante muchos silencios,
Durante muchos proyectos incumplidos
Que se deshicieron, uno tras otro,
Como hojas caducas de oro viejo,
La constancia era un cierto cogerse de la mano
Y caminar sin prisas por las calles,
Siempre las mismas,
Siempre distintas en el recuerdo,
Y mirar escaparates
Y reírte tú cuando de pronto
Aquel pirata con la pata de palo
Subido en una caja se movía
Al oír el ruido de una moneda.
Después abríamos un libro y permutábamos
Los sueños incompletos de nuestras vidas
Por un juego de espejos y conceptos,
Ficciones, ensayos y versos libres
Inundados de rumores colectivos
Entre las estanterías de la biblioteca.
Ahora sé
Que aquella ciudad sólo es una memoria deshabitada
Y que la soledad puebla con sus silencios
Las horas nuestras que nunca han sido.
Suscribirse a Entradas [Atom]